El arte de pasear


Cuadros de la vida cotidiana en México avasallados por la posmodernidad

por Mtra. Elsa Laura Ogaz Sánchez


El artículo pretende explorar los cambios en el transcurrir de la vida cotidiana de la Ciudad de México desde principios de siglo y hacia finales del mismo e incluso en el nuevo siglo XXI. Para ello eche mano de las crónicas literarias de grandes cronistas de esta Ciudad, como fue el caso de Salvador Novo quien escribió sobre la metrópoli a principios de este siglo y de Jorge Ibargüengoitia y Carlos Monsiváis, ambos escritores de finales del siglo XX y principios del XXI.  En ambos casos la literatura citadina se contrastó y comparó con fotografías de la arquitectura de algunos sitios emblemáticos de la Ciudad de México.


El arte de pasear


El paseo, como muy acertadamente lo define Salvador Novo, es dar pasos, caminar o andar a pie. De allí que el paseo en autos resulte un sinsentido, mientras que el paseo en carruajes aún conserva cierta lógica si enfocamos el cabalgar de los caballos que halan la carreta. La tradición del paseo es una herencia aristocrática que viene desde la época colonial y se acentúa durante el Porfiriato. Como bien lo reporta Monsiváis, la oligarquía porifiriana pasea sin prisa pues el que tiene prisa no es digno de su apariencia, de lo cual se deriva una ansiedad por ostentar la parsimonia. Pero luego llega la agitación política de Revolución y a nadie le queda tiempo y ganas de pasear con tranquilidad. Más tarde con la industrialización llegan los autos y así, poco a poco se degrada la tradición del paseo en nuestra ciudad.


Actualidad del Centro Histórico como zona de paso


Los antiguos paseos ahora son zonas de paso, de consumo y de tránsito rápido con rumbo a un acelerado destino. En particular la Alameda y la Plaza de la Constitución resultan claros ejemplos de esto. La mayoría de los transeúntes, que no paseadores, avanzan tan rápido como sus piernas les permiten sin detenerse a observar nada más que las manos del vecino ocasional, para cerciorase de que se mantengan alejadas de sus bolsos. El bosque de Chapultepec sí mantiene viva aún la tradición del paseo, pues en él se observan parejas de todas edades, familias y grupos de jóvenes que deambulan de manera pausada y sincrónica entre risas y charlas amenas. Por su parte, la tradición del descanso sí se mantiene viva tanto en los jardines de la Alameda con en los de Chapultepec. Y ligeramente asociada a ésta está la del cortejo. La última sí muestra importante cambios ya no sólo con aquel cortejo romántico de principios del siglo, sino aún con lo que ocurría a mediados de siglo. La anatomía del cónyuge dejó de ser un aspecto misterioso e incluso su exploración ha ido perdido paulatinamente el carácter de privado. De modo tal que el descanso, el cortejo y la pasión se dejan ver a plena luz del día a la cobija de la más insignificante sombra.


Desgaste de los espacios públicos por el gran flujo de población


Los medios de transporte también han cambiado y conforme se modernizan se pierde a cuenta gotas la noción de un avance progresivo y acompasado. En los autos y camiones aún se conserva cierta noción de la sincronía progresiva en el avance al rodar las llantas de forma coordinada: las delanteras y luego las traseras. Al llegar el trolebús o tren ligero el avance se convierte en un fluido continuo y carente de ciclos coordinados. Simplemente se recorren distancias pendiendo de cables tensores. Más adelante llega el Metro y aún peor, acelera a vertiginosa velocidad y se detiene de forma violenta en cada estación, pero el intermedio se caracteriza por una flotación veloz que traga kilómetros a su paso.    


Adecuación de avenidas como zonas de paso debido al gran flujo de población


Por si esto fuera poco, cuando un citadino se da el lujo de pasear a modo de recreación se topa con graves impedimentos: hasta hace apenas muy poco no existían semáforos peatonales y ni hablar de consideraciones para discapacitados como los timbres de los semáforos para ciegos. Además, se inserta uno en la salvaje jungla de concreto, motores y cláxons que no respetan el derecho ajeno, como bien lo retrata Ibargüengoitia en su crónica ‘Vamos respetándonos’:

“Cuando cruzo una calle, tengo especial cuidado en respetar el derecho de paso que, según una ley no escrita, pero por todos aceptada en nuestra sociedad, tienen la multitud de prógnatas chimuelos que circulan a ochenta kilómetros por hora en cochecitos que están al borde de la descompostura. Llevan la siguiente frase en mente: —¡Ábranse bueyes, que lleva bala!”


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