Paseos para retratar la Ciudad de México en la actualidad





Con la encomienda de fotografiar un recorrido por los paseos más emblemáticos de la Ciudad de México me di cita un sábado a las 10:00 a.m. en las rejas de la Catedral Metropolitana. Desde tres rutas distintas, hubo un retraso generalizado debido al lento tráfico del Metro, pero cerca de las 10:30 logré empezar. El paseo en mente pretendía recorrer el Zócalo y la Catedral Metropolitana, luego llegar a la Alameda Central a través de la calle de Tacuba y finalmente hasta Chapultepec pasando por la Avenida Juárez y el Paseo de la Reforma.

Así es que di inicio al paseo a través de la plancha del Zócalo o Plaza de la Constitución y los alrededores de la Catedral. De este sitio en mi recuerdo premiaban imágenes distintas a las halladas pues ahora la Catedral se halla flanqueada por sanitarios públicos de color azul que impiden disfrutar su fachada lateral al imposibilitar la vista y saturar el olfato con un perfume de urea e incienso. En el costado derecho, frente al Templo Mayor abundan los comercios y puestos ambulantes con una interesante mezcla de artículos de manufactura china y algunos remedos de artesanías mexicanas, muchas de las cuales imitan artículos prehispánicos y simulan restos arqueológicos. Las jardineras han sido apropiadas por el pueblo a modo de bancas o catres. Auditivamente también resulta una interesante composición que  tiene por música de fondo las melodías, sonidos y cánticos de los concheros; pero con destellos de pregones que promocionan: ‘bolsas de a treinta pesos, bufandas de a quince, tenis estampados a cincuenta, tamales de a diez varitos’, limpias aztecas, joyería con piedras semipreciosas… Y no podían faltar también los remedios caseros!. Proseguí mi regreso hacia la esquina del Seminario donde me encontré los nuevos ecotaxis, vehículos híbridos de color verde y forma ovoide que forman parte de la campaña gubernamental que pretende sustituir los tradicionales bicitaxis. Sus operarios ahora se hallan uniformados y se ubican en fila junto a sus unidades en la esquina de la calle de Seminario y la vialidad anónima que divide la Plaza de la Constitución de la Catedral Metropolitana, esperando clientes que deseen ser transportados a las inmediaciones del Centro Histórico de la Ciudad de México.

La acera principal del frente también es un sitio bullicioso y muy transitado en el que se suma al flujo de aquellos que entran y salen del Metro, los transeúntes que atraviesan desde la Plaza del Zócalo, aquellos que deambulan provenientes del costado izquierdo de Catedral o desde las calles de Monte de Piedad, Palma, 5 de mayo, Tacuba, etcétera, los visitantes que entran y salen de la Catedral y otro ecléctico grupo de oficios que se ubican allí. La diversidad de oficios puede clasificarse sonoramente en los escandalosos y los silenciosos. Entre los primeros destacan el dúo del organillero y su compinche que también recaban donativos en una cachucha volteada. En el gremio de los silenciosos se hacen notar los barrenderos forrados de naranja mecánico que esmeradamente limpian las aceras, un anciano arropado que vende cazuelas de cobre y campanas de latón mientras duerme la siesta de los ochenta y tantos años en su banquito plegable; y finalmente, el encargado del puesto de periódicos y fotografías antiguas de las estrellas de la época del oro del cine mexicano quien despacha clientes al son de un tabaco.

Así llegué hasta la esquina con la calle Monte de Piedad y me topé con el flanco izquierdo de la Catedral. Este costado, aunque también profundamente alterado sí conserva uno de sus elementos distintivos: los albañiles desempleados que promocionan su especialidad en cartones y sentados en el barandal del enrejado de Catedral conversan entre sí a la espera de un patrón o contratista. Sin embargo, este extremo de Catedral no está exento del comercio ambulante y los guías de turistas que ofrecen recorridos por los museos y barrios más emblemáticos de la Ciudad de México.

Resulta muy curioso como cada ala de la Catedral evoca ambientes distintos y alude a distintos momentos gloriosos de la historia mexicana: el flanco derecho acotado por Templo Mayor y la calle del Seminario invita a rememorar el pasado prehispánico. A través de la música y danzas de los concheros se reinterpreta aquella gloria precolombina, sin dejarnos olvidar que la globalización es un proceso cotidiano y poderoso que una vez iniciado en pleno siglo XX es imposible de evitar, y esto se refleja en las mercancías. El frente de la Catedral evoca la parsimonia de la primera mitad del siglo XX, cuando la industria mexicana se hallaba en apogeo y nuestro cine no era la excepción. Así, entre el organillero vestido con gabardina color beige y cachuchas al estilo Pedro Infante, y las fotografías de María Félix, TinTan, Frida Kahlo y Cantinflas (entre otros íconos como Chaplin, los Rolling Stones o el Che Guevara) nos invitan a pasear por el siglo pasado. Finalmente, el flanco izquierdo nos confronta con la realidad nacional: el desempleo.

Al otro lado de la vialidad se nos abre un espacio colosal: la famosísima Plaza de la Constitución, alias ‘La plancha del Zócalo’. El patio eternamente ocupado que saluda a la Catedral, al Palacio Nacional y al Gran Hotel de la Ciudad de México. En esta ocasión ocupada por la ya conocida Feria de las Culturas amigas. Nuevamente, un recordatorio de la globalización.


Figura  http://www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/colaboracion/mochilazo-en-el-tiempo/nacion/sociedad/2016/03/21/el-morisco-de


Ahora, con destino a la Alameda Central, comencé a recorrer la calle de Tacuba saturada de establecimientos comerciales en los basamentos de edificios antiguos donde predominan tiendas de ropa y perfumes. Al cabo de un par de cuadras me topé con otro organillero, pero en esta ocasión tocaba el turno a una melodía típica del folclore mexicano que estremece a cualquier compatriota… sí efectivamente, se trataba de ‘Cielito lindo’. A pesar de que esta composición fue elaborada por Quirino Mendoza y Cortés en 1882, se popularizó en pleno siglo XX gracias a la película ‘Los tres García’ de Ismael Rodríguez. Pocos pasos más adelante llegué a la esquina de Motolinía y Tacuba, donde se ubica la estación Allende del Metro y también sitio predilecto de un peculiar grupo musical callejero popularmente conocido como ‘los cieguitos del metro Allende’. Esta agrupación formada por un baterista, tecladista, bajista y vocalista, todos invidentes, amenizan la salida del metro con canciones alegres, generalmente salsas y cumbias que animan a los transeúntes a bailar y cooperar económicamente. Así tras unos minutos de baile continué mi recorrido aturdida por un sinnúmero de promotores de ópticas quienes repartían volantes para exámenes gratuitos de la vista y descuentos en la compra de micas o armazones. Pasé frente al Palacio Postal, el MUNAL y frente a otro puesto de periódicos donde ya vendían los calendarios 2017 por tan sólo $18.50, y finalmente llegué a la Alameda Central.

Figura  http://archivo.de10.com.mx/viajes/2012/inauguran-alameda-central-15500.html


Me recibió el letrero de la estación del Metro Bellas Artes ubicado en la esquina de la Avenida Hidalgo y Ángela Peralta, detrás del Palacio de Bellas Artes, quizás uno de los letreros más peculiares y bellos de toda la red del Metro. Elaborado en hierro forjado de color verde y al estilo Art Nouveau, recuerda un poco los letreros parisinos del Metro y otro poco la entrada de una casa del terror. 

Acceso al Metro Bellas Artes, Ciudad de México.


Así, entré al patio principal del Palacio de Bellas Artes, cuyas jardineras estaban siendo regadas- bajo el sol del mediodía- por agresivos chorros de agua guiados por un sujeto uniformado bajo una sudadera negra ilustrada con hojas de Cannabis sp.. Desde una de las fuentes observé el cambio tan drástico que sufrió la Alameda, recordé ese panorama dominado por carpas multicolores de los innumerables establecimientos comerciales que hacían de aquel jardín un tianguis. Embebido entre aquellas lonas, apenas resaltaba el monumento con el busto de Beethoven, que lucía casi lánguido y silencioso entre el barullo ambulante. Luego de unos minutos decidí transitar por esos nuevos chorros de agua que dominan buena parte de su superficie. Encontré con agrado menos puestos de comida con mesas y sillas que son casi restaurantes de antojitos mexicanos como tacos, quesadillas o gordas. También observé puestos de dulces y botanas con chicharrones fosforescentes y caramelos picositos y pegajosos de colores, atrapados entre dos plásticos transparentes y con un palito para ingerirlos como paletas, conocidos como ‘cachetadas’, por su forma. Incluso encontré puestos de decoración corporal que ofrecen perforaciones y tatuajes temporales de henna. Algunos con juguetes de madera y marionetas y otro muy kistch con máscaras de los héroes de la Lucha Libre en todos los colores. Este mercadillo también acoge al público supersticioso con el infaltable puesto de lectura del tarot.

Ya entre los jardines, hallé bancas de hierro para el descanso y gente que prefiere el pasto amarillento y terregoso como colchón para una siesta pasional o soporífera.  Yo, al igual que un par de comensales y un indigente con su menaje en bolsas de Wal-Mart, decidí sentarme a observar en una de estas bancas de hierro. Así me percaté de que el sonido de los coches, ambulancias y cláxons frenéticos había quedado atrás y ahora dominaba el correr del agua en las fuentes, el canto de los pájaros y las campanadas de la Iglesia de San Francisco- un poco adelantadas- a eso de las 11:45 a.m.. Entre los árboles destacaban los fresnos, las jacarandas- tristemente verdes y no moradas por ser diciembre-, algunas magnolias bastante podadas y escuetas, los ficus y laureles que cobijan mucha sombra, muchos árboles de nim, con sus flores naranjas como mechones en las copas, algunos abetos y uno que otro pino. La mayoría de las jardineras que dan ya a la Avenida Hidalgo o Juárez están sembradas con lilis blancas o iris moradas, cuyas hojas a modo de espadas son muy útiles para- si no impedir- dificultar el albergue de vagabundos al interior de éstas.

El kiosko de la Alameda en esta ocasión estaba ocupado por un grupo de jóvenes eskatos que realizaban maniobras de calentamiento, previas a su entrenamiento con la patineta. Debajo, se encontraba un solitario mimo vestido a rayas blanquinegras que posaba en fotos por una módica cooperación. Junto, una campaña invernal de abrigo y vacunación a la tercera edad que regalaba cobijas y los inmunizaba contra la influenza estacional. Luego una feria de arte y unos cuantos locales que vendían remedios alternativos, semillas y objetos elaborados por personas con discapacidad. Todo amenizado por música de los Beatles, proveniente de un puesto de discos piratas cerca de la Avenida Hidalgo. Al fondo, remataba la fuente central de la Alameda: sitio que aún provee ciertas imágenes que con un poco de esfuerzo nos remontan al famoso mural de Rivera ‘Sueño de una tarde en la Alameda’. Todavía encontré al globero del siglo XXI, con inflables de muchas formas y colores, predominantemente metálicos, ilustrados con caricaturas norteamericanas; el puesto de tiro al blanco; otro de aguas frescas con vitroleros de cristal y uno más de frutas. En las bancas que rodean dicha fuente encontré algunas familias reunidas y dos manifestaciones más del desempleo nacional: un viejo ateo que se ofrecía como asesor y un joven y móvil letrero que ofrecía trabajo de medio tiempo para un call center, disfrazado por una pancarta colgada en la espalda a manera de mochila. 

En el resto de mi paseo entre los jardines rumbo a la Avenida Juárez encontré abundantes copro-huellas de la policía montada que saturaban el olfato y hacían peligrar mis zapatos. Poco a poco, se mezclaron entre los sonidos de las aves el de pezuñas y cánticos humanos.

La Avenida Juárez, mi segunda vía de paso rumbo al Paseo de la Reforma y más tarde a Chapultepec, me recibió con gigantes rascacielos de confección bastante reciente, como es el caso del Hotel Hilton Mexico City Reforma, la aledaña plaza comercial Parque Alameda y el edificio de Scientology Mexico en contraesquina. Sin embargo, en esa cuadra entre el Hemiciclo a Juárez y la meca de los cientólogos, prevalece un ambiente quimérico muy curioso: por un lado, en la acera de la Alameda tenemos un pequeño tianguis comercial con productos nacionales como suéteres, ponchos, gorros, calcetas y bufandas de lana cruda provenientes de Hidalgo, collares y aretes de chaquira al estilo huichol, vestidos tejidos típicos del sureste, cinturones y bolsas de cuero del Bajío mexicano. A cuyas espaldas y con los árboles de la Plaza de la Solidaridad aún de fondo, opera un carrusel con un dintel coronado por paisajes venecianos, pero que fue bautizado muy a la mexicana como ‘Carrusel del Bicentenario’ a bordo del cual por $20 o $25 se garantiza la diversión de niños y adultos. Frente a ello, una plaza comercial donde proliferan comercios trasnacionales como los cafés Starbucks, el hotel Fiesta Inn, restaurantes como Italianni’s o McDonald’s, el proveedor de electrónica Radio Shack, la relojería Swatch, o la tienda de complementos alimenticios GNC. Una vez en la esquina de Balderas y Avenida Juárez se comienza a perfilar otra serie de grandes edificios y como remate al fondo vislumbramos el Monumento a la Revolución.

Sobre Avenida Juárez y rumbo al Paseo de la Reforma me topé con evidencias de una ciudad en plena cirugía: mantas que anuncia el avance y futuro de las obras cercanas, así como los costos de las mismas en una lona, la nueva forma de publicidad del gobierno. Así, entre el ruido de los automóviles y la maquinaria pesada llegué hasta la glorieta del caballito. Ubicada en el cruce del Paseo de la Reforma y el Paseo de Bucareli, esta glorieta ha sido testigo de varias esculturas pues allí por más de 127 años se encontró la estatua ecuestre en honor a Carlos IV obra de Manuel Tolsá, que en 1979 fue sustituida por la interpretación de Sebastián, a la que ahora acompaña una escultura de color negro y una fuente. La escultura de Tolsá fue ubicada en el Palacio de Minería. Esta glorieta es de gran importancia a nivel gubernamental y financiero ya que allí convergen oficinas de la Secretaría de Seguridad Pública, otras de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, algunas de Banamex, el edificio El Moro de la Lotería Nacional, la Torre del Caballito con oficinas de MetLife, el Senado de la República, entre otros corporativos, el edificio de La Prensa y el Hotel Meliá. Sin embargo, en sábado hay pocos peatones en la zona ya que la vida más activa de este sitio es durante el horario de oficinas, pero aún así abundan vendedores ambulantes en los semáforos que ofrecen bienes y servicios a los conductores: limpieza de carrocería y vidrios a cambio de una cuota voluntaria, chocolates La Vaquita, refrescos, cigarros y dulces, narices y cornamenta de reno para el auto, entre otros artículos de ocasión. Cabe destacar la gran concentración de esculturas, pues en la glorieta del caballito donde hallamos el famoso Caballito de Sebastián, una nueva escultura también abstracta cuyo autor desconocemos, el poliedro en la entrada de las oficinas de la SHCP, además de la volumetría de la Torre del Caballito- edificio posmoderno- y la del Edificio El Moro, ejemplar representante del Art Decó. Finalmente mi vista remata con el Arco del Monumento a la Revolución, que completa el conjunto escultórico de la glorieta.

Poco tiempo después tomé el camión del Corredor Ecológico, perteneciente a la Red de Transporte Público del DF, que además de no dar cambio, pretende ser una solución amigable con el ambiente ya que se supone no emite gases contaminantes. A bordo de dicho camión recorrí las principales glorietas y edificios del Paseo de la Reforma, todos alusivos a la historia de México. Entre ellos destacan la glorieta de Colón, la de Cuauhtémoc, Reforma 222- edificio residencial y comercial en voga recientemente- la glorieta de La Palma, la Embajada de Estados Unidos, el Hotel Sheraton María Isabel, el edificio de HSBC y la Glorieta del Ángel, todos testigos del enorme campamento del movimiento ‘los indignados, sede norte, Ciudad de México’ que expresa la molestia mundial de jóvenes frente a la falta de oportunidades, y finalmente la glorieta de la Diana Cazadora, el Hotel Marquis Reforma y la Torre Mayor, el edificio más alto de México y América Latina ubicado en el predio que antiguamente ocupó el cine de Chapultepec. Atravesé la zona de museos hasta llegar al Auditorio Nacional, donde tomé el Metro hasta Chapultepec. Cabe mencionar que en estas cuadras del Paseo de la Reforma encontré ahora edificios de grandes dimensiones y con arquitectura posmoderna en los que predomina ya el concreto armado, martelinado y el vidrio de diversos colores (verde, azulado o color acero). Mientras tanto, los camellones aún estimulan el sentido recreativo de la avenida con la exposición permanente de bancas escultóricas y algunas exposiciones temporales ya de pintura, fotografía y escultura que instala el gobierno, junto con ferias temáticas.

Paseo de la Reforma 1864 y Actualidad


Este recorrido por el Paseo de la Reforma invita a reflexionar sobre el origen y los cambios que dicha avenida ha sufrido. Inicialmente trazada y construida por el ingeniero austríaco Rosenzweig bajo el mandato de Maximiliano de Habsburgo, este bulevar tenía por misión acortar la distancia entre la residencia del emperador (el Castillo de Chapultepec) y su oficina (el Palacio Nacional) e imitar las avenidas de lujo europeas como Campos Elíseos. Se constituye entonces como la primera vialidad en diagonal de la Ciudad de México y a sus costados se establecen majestuosas casas aristocráticas de descanso. Posteriormente, durante el Porfiriato se satura de estatuas y monumentos alusivos a la historia de México como una demostración palpable de la madurez nacional.  Así, el Paseo de la Reforma se convierte en una vialidad didáctica y aristocrática, aún. Sin embargo, actualmente es uno de los ejes financieros y políticos más importantes de la metrópoli. Sus mansiones han sido sustituidas por rascacielos igualmente aristocráticos pero ya no albergan viviendas unifamiliares sino complejos corporativos y oficinas gubernamentales.

La salida del Metro Chapultepec me recibió con gran gala gracias a la Boutique América, una tienda en los túneles subterráneos que vende vestidos de noche y trajes sastre de alta confección que se exhiben en maniquíes acartonados con pelucas ochenteras. Además de dicha boutique, el pasaje comercial cuenta con farmacia, expendio de suplementos para gallos de pelea y una pizzería Domino’s. En las escaleras de salida, Nike nos recibe con la invitación a correr 10 km y luego los puestos típicos de botanas, garnachas, refrescos, dulces y burbujas nos esperan en la entrada al Bosque de Chapultepec. Guiada por los letreros me encaminé hacia el Monumento a los Niños Héroes.

El castillo está en lo alto del cerro de Chapultepec, palabra náhuatl que significa saltamontes o chapulín. Aunque el cerro fue ocupado por gobernantes desde la época prehispánica, el castillo fue construido por el virrey Bernardo de Gálvez en 1785. Desde entonces ha tenido diversos usos que van desde almacén de pólvora y academia militar durante la guerra de Independencia, hasta residencia imperial, presidencial- siendo Lázaro Cárdenas el primero en instalarse en Los Pinos- y Museo Nacional de Historia desde 1944.

En el camino rumbo al Castillo de Chapultepec me encontré con un puesto para fotografías escenográficas e instantáneas. Constaba de un par de caballitos de madera de distinto tamaño, sombreros de charro y jorongos de jerga con los que se disfraza al cliente y se toma una foto. Misma que puede entregarse en un marco de cartón o su versión en miniatura en un llavero transparente. Un recuerdito ‘muy mexicano’ que resume nuestra cultura con sombreros, caballos y jorongos para los extranjeros. También noté la gran afluencia de niños en este sitio. Este detalle es evidente tanto a la vista como al oído y además se reitera en los establecimientos comerciales dedicados a ellos: algodoneros, heladeros, maquillistas, jugueteros que venden rehiletes, marionetas, burbujas, changuitos de peluche- como los monos araña que observan en el zoológico- que se cuelgan en la cabeza. Sin embargo, también vi puestos que complacen a los adultos, como las botanitas ante las cuales sucumbí.

Sentada en la banca a un lado de las rejas verdes, típicas de Chapultepec, observé y escuché el tintinear del trenecito rojiverde que pasea por el bosque mientras me manchaba la boca y los deditos de salsa. Ya con la barriga llena me adentré a caminar. En mi recorrido fui testigo de la fascinación popular por la plaga de ardillas que inunda el bosque y algunas de las actividades más comunes que allí se realizan. Este sitio aún conserva la tradición del paseo y se pueden ver familias reunidas junto a una manta con alimentos y una pelota, parejas sentadas o recostadas platicando, acariciándose, besándose y… aún más, algunos deportistas a bordo de su bicicleta o corredores. Incluso gente que decide documentar su falta de respeto hacia la naturaleza inscribiendo sus iniciales en la corteza de los árboles. A modo de novedad, observé un nuevo transporte de alquiler por el que algunos deambulan: vehículos eléctricos con dos ruedas grandes al frente y un volante, en los que el usuario va de pie en una pequeña plataforma detrás de las ruedas y avanza a gran velocidad. Finalmente, destaca que la Calzada del Rey que desciende desde el Castillo en dirección al lago mayor, sea blanco de ‘donativos’ publicitarios. A modo de bancas de concreto grandes empresas como Merryl Lynch México o Farmacias del Ahorro, entre otros, deciden hacer caridad al tiempo que se publicitan en la retaguardia de los cansados visitantes del bosque.    

Ya cerca de las 4:00 p.m. y de nuevo con un gran apetito y un dolor de pies por la extenuante caminata, dí fin al paseo y me dirigí nuevamente al Metro, tomando la ruta rumbo a mi destino.  Me quedó con la siguiente reflexión: ¿Se puede pasear actualmente por la Plaza de la Constitución y en la Alameda Central? Damos largos pasos para llegar a nuestros lugares de trabajo o simplemente para pasar rápido antes de que en el trayecto nos quiten nuestras pertenencias. Los fantasmas de Carlota y de Maximiliano se ausentaron de Chapultepec y el Paseo de la Reforma dice adiós al Porfiriato!. “Paseo” lleno de edificios altos, de corporativos y de un mundo laboral que un día fue lugar de recreación y descanso. Aquel recorrido que llevó el nombre de la Emperatriz de México en su honor. Esos camellones amplios y arbolados que han dado espacio a exposiciones de arte urbano, a planchas de concreto y a una caminata donde la vista se pierde entre los reflejos de los vidrios de estos nuevos edificios. Adiós a lo que Salvador Novo describió como aquellos puntos de encuentro, paseos recurrentes entre la sociedad mexicana donde un día paisaje, vegetación, la algarabía de su gente y en su folclor hicieron historia.








Comentarios

  1. Triste pero cierto, El paseo, en México se ha visto destruido por la marcha voraz de la nueva maquinaria urbana, ..será por ello que vemos las rambla en de Barcelona como una curiosidad social igual que la llamada Marcha en Madrid, aquí la vida la dejamos de hacer al exterior por el miedo de perder nuestras pertenencias dejamos de pasear. y perdimos Nuestra Ciudad.

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